sábado, 2 de marzo de 2013

Somos parte, por Bert Hellinger

Las constelaciones familiares han puesto de manifiesto que formamos parte de un sistema más amplio, de un sistema familiar. A este campo pertenecen nuestros padres, hermanos y hermanas y también los abuelos, bisabuelos y todos nuestros ancestros. También forman parte de este sistema las personas que, de alguna manera, tuvieron o tienen importancia para este sistema, por ejemplo los antiguos novios y novias de nuestros padres o de nuestros abuelos. Dentro de este sistema, todos son guiados por una fuerza común y esta fuerza obedece a determinadas leyes.

El sistema familiar constituye un campo espiritual. Todos los que forman parte de este campo espiritual, están conectados unos con otros – esto es lo que revelan las constelaciones familiares. A veces, este campo está en desorden. Este desorden nace del hecho de que alguien perteneciente al campo ha sido excluido, rechazado u olvidado. Estas personas excluidas y olvidadas están conectadas con nosotros y se manifiestan en el presente. Porque, en este campo, existe una ley fundamental: Todos los que forman parte del sistema tienen el mismo derecho a la pertenencia. Nadie puede estar excluido. No se puede perder a nadie en este campo porque esto tendrá siempre un efecto sobre él. Si una persona ha sido excluida, cualquiera que sea la razón, otro miembro del sistema, un niño por ejemplo – a través de este fenómeno de resonancia – estará destinado a representar a la persona excluida y se comportará quizá de manera extraña: se drogará o se pondrá enfermo, será un criminal o se sentirá agresivo. Podrá incluso convertirse en un asesino o ser un esquizofrénico, etc.

Pero, ¿cuál es la razón? Esta persona mira con amor y de manera inconsciente hacia alguien excluido y, con su comportamiento, nos obliga a mirar también con amor hacia este excluido, hacia este rechazado. Lo que consideramos malo en su comportamiento, no es más que amor por alguien que ha sido excluido del campo.

Por lo tanto, en lugar de preocuparnos por este niño e intentar cambiarlo – lo cual no ayudaría nada de todas maneras como ya sabéis, puesto que aquí actúan fuerzas más grandes - miramos este campo espiritual junto con el niño, hasta que llegamos, guiados por éste, a percibir a la persona excluida que espera nuestra mirada. Entonces, la tomamos de nuevo en nuestra alma, en nuestro corazón, en nuestra familia, en nuestro grupo y quizá también en nuestro país.

Esto muestra que todos los hijos son buenos si les dejamos serlo. Es decir que, en lugar de mirar a los hijos, debemos mirar en la dirección en la que ellos miran con amor.

Las constelaciones familiares nos enseñan que en lugar de preocuparnos por los hijos o por otras personas pensando: "¿cómo pueden actuar así?", debemos mirar con ellos a la persona excluida e integrarla. A partir del momento en que esta persona está de nuevo integrada en el alma de los padres, de la familia y del grupo, el niño podrá respirar y liberarse de la intrincación con ella.

Sabiendo esto, podemos esperar hasta que percibamos donde quiere llevarnos el comportamiento del niño para con sus padres u otros miembros de la familia. Si le acompañamos hacia esta persona y la integramos, el niño se liberará.

¿Quién más se libera? Los padres y demás miembros de la familia. De pronto, nos volvemos diferentes o más ricos puesto que hemos dado un lugar a alguien que estaba excluido. A partir de ese momento, todos pueden comportarse de una manera diferente. Pueden ser más afectuosos y comprensivos, superando ese concepto barato del bien o del mal que nos hace creer que nosotros somos mejores y los demás peores, ya que los que nos parecen peores no son más que personas que aman de una manera diferente. Si miramos hacia donde un niño mira con amor, ya no podemos hacer esa distinción entre el bien y el mal.

Otra conclusión consiste, por supuesto, en decir que nuestros padres también son buenos y que, detrás de todo lo que podamos reprocharles, sólo hay amor. Pero este amor no va en nuestra dirección sino hacia otra parte, hacia donde ellos han mirado cuando eran hijos, hacia alguien que han querido integrar en su familia. Si comenzamos a dar un lugar a todos estos excluidos, miramos con nuestros padres hacia donde ellos miran. Entonces empezamos a ser libres y nuestros padres también. De repente, nos vemos en una situación completamente diferente y entendemos lo que quiere decir el auténtico amor.

extraido de revista Hellinger, diciembre 2005

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